Hay meses que parecen tener un significado especial, y octubre siempre ha sido uno de ellos. No es casualidad que justo antes de que termine el año, este mes nos invite a mirar hacia atrás, agradecer lo vivido y soltar aquello que ya no necesitamos cargar.
Octubre es, en muchos sentidos, un puente entre el cierre y el renacimiento.
El clima cambia, las tardes se vuelven más suaves, y la naturaleza —con su sabiduría silenciosa— comienza a despojarse de lo que ya no le sirve. Las hojas caen, pero no con tristeza: lo hacen con propósito. Es como si la creación misma nos recordara que soltar también es una forma de florecer.
El poder del agradecimiento
A veces pensamos que agradecer es solo decir “gracias”, pero va mucho más allá. Agradecer es reconocer lo bueno que hemos recibido, incluso cuando no vino en el empaque que esperábamos. Es una actitud que transforma la mente y el corazón, porque donde hay gratitud, no hay espacio para la queja ni para la carencia.
Personalmente, me gusta aprovechar octubre para hacer un pequeño inventario emocional. Me detengo a pensar: ¿Qué cosas salieron bien este año? ¿Qué aprendizajes llegaron disfrazados de retos? Cuando escribo esas respuestas, mi perspectiva cambia. Lo que parecía pérdida se convierte en crecimiento, y lo que dolía empieza a tener sentido.
Un tip que me funciona es escribir tres cosas por las que me siento agradecida cada mañana. Es un hábito sencillo, pero poderoso. Cambia la forma en que comienzo el día y me recuerda que siempre hay algo bueno, aunque sea pequeño.
Soltar para avanzarSoltar no siempre es fácil. A veces implica dejar ir personas, hábitos o pensamientos que ya no encajan en la etapa en la que estamos. Pero soltar no significa perder; significa abrir espacio. Es permitir que Dios traiga algo nuevo, algo mejor, algo que quizá no podríamos recibir si seguimos aferradas al pasado.
Si te cuesta soltar, piensa en cómo lo hace un árbol: no se arranca las hojas con dolor, simplemente las deja caer. Confía en que nuevas hojas vendrán cuando sea el momento. Así también nosotros debemos aprender a confiar en los procesos, sabiendo que Dios tiene un propósito en cada cambio.
Un ejercicio que me gusta hacer en octubre es escribir en una hoja aquello que quiero soltar —una preocupación, una culpa, una costumbre— y luego orar por eso. Después, rompo la hoja y la dejo ir. Es un acto simbólico, pero profundamente liberador.
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