Agradecer también sana: ser agradecido incluso por aquello que dolió
Hola chicas y chicos, bienvenidos una vez más a Actitud Villanueva. Hoy quiero que hablemos de algo que parece sencillo, pero que encierra una de las mayores transformaciones del alma: la gratitud. No me refiero solo a agradecer lo bonito, lo esperado o lo que pedimos y llegó; sino a aprender a agradecer incluso aquello que dolió, lo que no salió como planeamos, lo que nos rompió un poco pero también nos enseñó.
A lo largo de la vida, todos atravesamos momentos que no entendemos al principio. Pérdidas, decepciones, enfermedades, puertas que se cierran, silencios que pesan. Y sin embargo, con el tiempo, descubrimos que muchas de esas experiencias que tanto nos dolieron fueron las que nos moldearon, las que despertaron en nosotros una versión más fuerte, más empática y más consciente de la vida. Agradecer en medio del dolor no significa negar lo que sentimos, sino reconocer que incluso en lo difícil hay propósito y enseñanza.
Diversos estudios en psicología positiva han demostrado que la gratitud tiene un efecto sanador real: mejora el bienestar emocional, reduce la ansiedad y fortalece el sistema inmunológico. Pero más allá de la ciencia, la gratitud es una elección del corazón. Elegir agradecer lo vivido —incluso lo difícil— es como abrir una ventana en medio de la tormenta para dejar entrar la luz. Cuando decidimos agradecer, cambiamos nuestra perspectiva y le damos sentido al proceso.
Agradecer lo que dolió no es decir “me gustó sufrir”, sino afirmar “aprendí de lo que me pasó”. Es reconocer que las pruebas nos pulen, que Dios no desperdicia ningún capítulo y que cada experiencia, por más amarga que parezca, puede volverse una semilla de crecimiento y compasión. Muchas veces, cuando miramos hacia atrás, entendemos que aquello que pedíamos y no se dio fue una forma de protección o preparación para algo mejor.
Practicar la gratitud diaria puede comenzar con algo muy simple: al final del día, escribir tres cosas por las que damos gracias, incluso si una de ellas fue una lección difícil. Tal vez ese día discutiste con alguien, perdiste una oportunidad o sentiste frustración; aun así, puedes agradecer la claridad que te dejó, la fortaleza que desarrollaste o la manera en que te acercó más a tu fe. Con el tiempo, esta práctica entrena al corazón para ver más allá del dolor y enfocarse en el propósito.
En lo personal, he aprendido que la gratitud no solo transforma la manera en que vemos el pasado, sino también la forma en que caminamos hacia el futuro. Cuando aprendemos a agradecer todo —lo dulce y lo amargo— dejamos de vivir desde la queja y empezamos a vivir desde la confianza. Porque quien agradece no teme al mañana: sabe que, pase lo que pase, cada paso tiene sentido.
Así que hoy te invito a mirar atrás con nuevos ojos. Tal vez hubo capítulos que no elegiste, pero que te enseñaron más de lo que imaginas. Agradecer también sana, porque libera, reconcilia y llena de paz. Y cuando agradeces, tu corazón se alinea con el propósito de Dios y con la certeza de que siempre hay algo bueno floreciendo, incluso después de las temporadas difíciles.
Y tú, ¿has pensado alguna vez en cuánto te transformaron esas experiencias que antes dolieron? Tal vez hoy sea un buen día para escribir una carta de gratitud, no por lo que perdiste, sino por lo que aprendiste en el camino.
Gracias por leer y por ser parte de esta comunidad que cree en el poder de la fe, la actitud y la gratitud.
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Con cariño,

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